Hoy, más que nunca, es imprescindible la introducción de manera definitiva de la tecnología en el aula. Sin ella este año de pandemia hubiéramos estado totalmente perdidos.
No sólo es necesaria la tecnología para poder dar las clases de manera telemática. Muchos estudios hablan de los beneficios académicos que esto tiene.
Los alumnos son más autónomos en el aprendizaje, siendo este más participativo e interactivo. Además, permite una conexión entre profesores, padres y alumnos de forma inmediata y a cualquier hora, facilitando el proceso educativo y creando vínculos más fuertes. También nos permite adaptar el ritmo de aprendizaje a las necesidades de cada estudiante, permitiéndole llevar un ritmo más personalizado. La motivación aumenta al tener delante una Tablet en vez de el tradicional libro de texto, generando una predisposición hacia la realización de tareas mucho mayor.
Aunque todo parezcan ventajas, la tecnología nos genera también nuevos retos tanto a los educadores como a padres y estudiantes. En muchas ocasiones los propios hijos tienen una educación tecnológica mayor a la de los padres, perdiendo estos el control sobre las tareas diarias y dificultando el ayudar a sus hijos en el camino del aprendizaje. Esto no sólo ocurre con los padres, los propios profesores tenemos muchas lagunas a la hora de controlar la multitud de aplicaciones y páginas necesarias para llevar a cabo de manera eficaz nuestra labor. Sin contar el mal uso que hacen los alumnos de la tecnología, que con las múltiples ayudas que les aporta una Tablet, han dejado los cálculos y la ortografía en manos de las propias aplicaciones.
El avance es necesario, no sólo eso, sino que es bueno, pero nos falta una mayor preparación en todos los segmentos de la comunidad educativa para sacar el máximo rendimiento tanto de la tecnología como de los alumnos. No estaría mal pararse a pensar, planificar y acordar cómo debe ser la educación en el futuro, sabiendo que el futuro ya es presente.